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MÁS SOBRE LA IDENTIDAD DEL SEDUCTOR
Hace algunos meses escribí un artículo titulado La Identidad del Seductor; Besos Junto al Mar, con el que además inauguré muy apropiadamente este espacio.
El texto encerraba una idea que cobra especial relevancia para mí en cuanto al aprendizaje y práctica de la seducción se refiere: en síntesis, hace referencia al hecho de que muchos acabamos por identificarnos con la etiqueta de “seductor”, que nos colgamos satisfechos y, reconozcámoslo, también vanidosos.
Está concepción de uno mismo es una poderosa forma de ego y, a partir del momento en que se reafirma en nuestro sistema de convicciones, no tarda en esclavizarnos engendrando toda una colección de negatividades relacionadas con mantener esta identidad en el tiempo psicológico.
Puesto que hemos hipotecado nuestro sentido de realización personal –al menos hasta cierto punto, y no olvidemos que, para el ser humano, las relaciones sociales y con el sexo opuesto son fundamentales debido a nuestra naturaleza gregaria– sentiremos ansiedad por estar a la altura de nuestro ego seductor, miedo de que se deteriore (perdiéndose así la felicidad que nos otorga) y nos veremos movidos a luchar por reafirmarlo, a través de actos y conquistas, en una eterna esclavitud repleta de intranquilidad y desasosiego, obligados a demostrarnos continuamente a nosotros mismos que seguimos siendo afinados tenorios.
Me gustaría profundizar un poco más en esta idea, a mi modo de ver tan importante para aquel que verdaderamente ha experimentado un cambio con el aprendizaje de estas disciplinas, reavivarla, y plantear una forma para describirla más sencilla y fácil de comprender.
Todos sabemos lo peligrosa que puede resultar la expectativa en sí misma (que no el deseo), tanto para el seductor que se lanza al abordaje de una bonita fémina como para aquel que desea eliminar la desilusión y la negatividad originada en el rechazo al momento presente por nuestro ego impostor.
La clave para garantizar una realidad interna sana, sólida y asertiva podría resumirse fácilmente con el siguiente aforismo: acepta en lugar de esperar.
Bien, pues puedo atreverme a decir con rotundidad que considerarse un seductor es en sí mismo una expectativa.
Veamos:
Soy un seductor porque cautivo a las mujeres y conquisto sus besos (en el argot de la Comunidad, del que poco a poco me voy alejando, obtengo “cierres”), y el hecho de lograr estas conquistas es precisamente lo que me convierte en un seductor.
Evidentemente, si soy un seductor, tengo que seducir mujeres, porque si no consigo adueñarme de sus besos, significará que no soy un seductor.
Si ser un seductor me hace feliz porque implica, por una parte, la realización personal y, por otra, el cálido placer de la supuesta admiración ajena, y en este momento no estoy cautivando a fémina alguna ni gozo de su buena disposición hacia mí, la conclusión es que habré dejado de ser un seductor y, por tanto, habré dejado de ser feliz.
Si además hubo un tiempo en que osé considerarme un gran seductor, regodeándome de este modo en el traicionero y volátil sentimiento de autoadoración, más dura será la caída y la nostalgia cerrará su fría garra sobre mi subconsciente distraído.
Aunque pueda parecernos una trivialidad, lo cierto es que el verbo “ser” puede llegar a resultar francamente tóxico a nivel subliminal. Tener el hábito de pensar en lo que somos (en función de nuestros actos) en lugar de lo que hacemos (más relacionado con el verbo “estar”, que implica un estado y no una condición) nos acarrea continuamente identificaciones, papeles egóticos que nos impiden disfrutar de nuestra realidad aunque, en ocasiones, nos regale jugosos caramelos de exaltación con cada triunfo al que nos hace adictos. Este planteamiento, desde mi punto de vista, es especialmente importante en el caso de los que nos gusta seducir mujeres, puesto que las relaciones con el sexo opuesto están doblemente imbuidas de orgullo y relacionadas con la aceptación de uno mismo a través de la validación ajena, reconozcámoslo.
Si sacamos el proceso mental que asociamos a la identidad del seductor de su contexto psicológico, descubrimos lo absurdo que es dejarnos afectar por ella.
Por ejemplo, supongamos que te gusta la música y por eso aprendes a tocar la guitarra. Lo haces porque te gusta tocar el instrumento y paladear el timbre de cada nota que provocas con tus dedos, no porque pienses que, cuando seas un guitarrista, entonces serás feliz y tu ego estará contento. No, eres feliz tocando la guitarra, eso es todo, no sientes la necesidad de considerarte un guitarrista.
Del mismo modo, te gustan las chicas y por eso las seduces, no tienes porqué considerarte un seductor ni esperar a sentirte realizado siéndolo. Eres feliz ahora en la práctica, no mañana con la conquista de identidad o título alguno, por que dicho objetivo nunca será definitivo.
Desde mi punto de vista, lo más lógico es enfocar todo esto como el aprendizaje y desarrollo de una habilidad, en lugar de tomárnoslo como una transformación reseñada.
Se trata de progresar en el uso recreativo de nuestros talentos cautivadores, no de cargar con la cruz de creer haberse convertido en un seductor.
Sé un tío que arriesga, sé alguien que ha decidido optar por la mejora personal, sé un hombre al que le gustan mucho las chicas o, simplemente, sé, pero no seas un seductor.
En realidad, esta distorsión existe en gran parte porque existe la Comunidad de Seducción que, con frecuencia, lleva implícito un modelo –o varios–.
Cuando Mystery describió al Pick Up Artist, el PUA, dejó de ser un instructor que ilustra a sus alumnos en la práctica del ligue para convertirse en alguien que transforma al tipo medio estandarizado (torpe en sus relaciones con mujeres) en un PUA, un seductor irresistible con un éxito abrumador.
No se trata ahora de debatir o reivindicar si las expectativas son creíbles o no, sino de darnos cuenta del cambio de concepto, inocuo a priori, que se torna peligroso cuando, en lugar de comprender que estamos aprendiendo una disciplina y esta no nos define por sí misma ni nos valida a ojos de nadie –ni a los propios–, nuestros esfuerzos terminan por ir dirigidos a experimentar una metamorfosis.
Ser un PUA era –o es– un galardón diferenciador, una medalla deseable para que un tipo con baja autoestima pueda llegar a descollar y diferenciarse.
Nuestras habilidades forman parte de nosotros, pero somos mucho más y, por tanto, todas son discriminables. El deseo por ser un seductor no debería crearnos inquietud, simplemente porque únicamente podemos ser un seductor ahora mismo; si estás seduciendo, estás siendo un seductor, y cuando estás tocando la guitarra, estás siendo un guitarrista. Eso es todo.
Este es el motivo por el que la realidad con la que afronta un Natural o un autodidacta este ejercicio siempre es más higiénica. Por de pronto, dado que no existe un modelo con el que compararse negativamente, únicamente ve sus propios progresos. Además, como estamos comprobando, al no existir la expectativa de convertirse o ajustarse a esa pauta en concreto, puede saborear y personalizar cada paso que va dando sin que su ego tenga miedo de perder una identidad que jamás se ha forjado.
Olvidémonos del ser o no ser y el posible caché que eso pueda proporcionarnos, en lugar de eso concentrémonos en disfrutar del proceso de seducción y, por supuesto, de las mujeres que verdaderamente nos gusten.
En cualquier caso, todo el mundo debe saber que aquí NADIE HACE NADA EXTRAORDINARIO. Todos, y repito, todos los que practicamos las Artes del Corazón somos tíos normales, porque que un chico ligue con una chica es precisamente lo normal. Es así, los hombres y las mujeres están diseñados para gustarse.
En cualquier caso, lo cierto es que no soy un seductor porque tampoco hago hoy por hoy lo que hace el seductor tipo que todos hemos conceptualizado, el PUA de Mystery que, armado de astucia y una buena colección de enlatados, se hace notar en toda la sala y charla animadamente con todos los grupos de chicas. Aunque es cierto que una vez lo hice, y reconozco que es una práctica muy divertida.
Recuerdo, hace algo más de año y medio, cuando recorría los bares de Huertas –una zona muy frecuentada por Aven, PUAs y toda clase de seductores categorizados aquí en Madrid– observando cuidadosamente a mi alrededor con la esperanza de reconocer a uno de estos portentos. Las proezas que de sus manos había leído en los foros me convertían en un entregado admirador, y creí encontrarme con tres de los moderadores de por aquel entonces en uno de los locales: eran altos, bronceados y terriblemente atractivos. Las expresiones de estos tres adonis reflejaban una seguridad absoluta y una altivez orgullosa, allí, situados en el centro de la pista mientras gozaban de la atención de un grupo de chicas. Recuerdo que uno de ellos lucía una camiseta sin mangas para mostrar un cuerpo extremadamente duro y musculado, mientras que los otros dos vestían con camisa brillante y coloreada bajo una americana de la mejor confección. Su mirada, su forma de moverse… ¡Debían de ser los tipos más alfa del mundo! ¡Tenían que ser ellos! ¡Los PUA!
Pues si, es cierto que lo que leemos en la Comunidad puede confundir al lector, haciéndole creer que algo es más impresionante de lo que realmente es cuando despojamos el material de los colores fabulosos que nuestra subjetividad le otorga. No es así, un seductor es un tipo normal, sin más, aunque valiente y comprometido con su desarrollo –que no es precisamente poco–.
Pese a todo, es preciso reconocer que la Comunidad, para aquel que se inicia, también es una fuente de inspiración, y esto es algo muy positivo si uno es mínimamente competitivo (es cierto que el exceso de competitividad es perjudicial y narcisista, pero en pequeñas dosis desprovistas de enajenación propulsa al individuo y lo espolea en pos del éxito). Gracias a la existencia de la Comunidad algunos comprendimos que todas estas disciplinas que aquí nos ocupan podían ser entrenadas y aprendidas. Podría decirse que la Comunidad es en sí una creencia, una que nos abre puertas y nos enseña a tener fe en nuestras habilidades potenciales; quizás por eso muchos gurús se comportan como profetas. En cierto sentido, lo son.
Desearía señalar también, para que no haya equívocos o pueda malinterpretárseme, que alejarse de la identificación con la etiqueta de “seductor” no está en absoluto reñido con la práctica y el entrenamiento de las actitudes y técnicas que a este se le suponen ¡Todo lo contrario! Muchas veces he subrayado la evidente necesidad de practicar asiduamente como único medio para el desarrollo de estas habilidades, lo que pretendo, es que esto sea percibido precisamente como tal, el entrenamiento de un talento, y no una constante demostración a nosotros mismos –y a cuantos nos rodean– de que somos habilidosos cautivadores y nos ajustamos a los comportamientos esperados en uno de estos tenorios. No nos esclavicemos a esa idea y librémonos así de una carga tan innecesaria y obsesiva.
Es fundamental ser constante y comprometido con nuestra mejora en este ámbito –como en cualquier otro– pero si algo te está angustiando, puedes sentirte completamente libre de darte un respiro y permitirte cobrar algo de perspectiva, la práctica de estas artes debe ser concebida como algo estimulante y divertido, no como una obligación estresante.
No somos ni mejores ni peores por ligar con muchas chicas; esto no se trata de transformarse en alguien de mayor valía o reconocimiento, ni mucho menos ajustarse a un modelo idealizado de seductor. Se trata de disfrutar con la práctica y el aprendizaje de una actividad que nos fascina, eso es todo. La identidad es una trampa, una expectativa y, lo que es más ponzoñoso, una dependencia emocional terriblemente exigente que no nos dejará nunca en paz.
Yo no soy un seductor, sólo soy un tipo que ama a las mujeres...
El texto encerraba una idea que cobra especial relevancia para mí en cuanto al aprendizaje y práctica de la seducción se refiere: en síntesis, hace referencia al hecho de que muchos acabamos por identificarnos con la etiqueta de “seductor”, que nos colgamos satisfechos y, reconozcámoslo, también vanidosos.
Está concepción de uno mismo es una poderosa forma de ego y, a partir del momento en que se reafirma en nuestro sistema de convicciones, no tarda en esclavizarnos engendrando toda una colección de negatividades relacionadas con mantener esta identidad en el tiempo psicológico.
Puesto que hemos hipotecado nuestro sentido de realización personal –al menos hasta cierto punto, y no olvidemos que, para el ser humano, las relaciones sociales y con el sexo opuesto son fundamentales debido a nuestra naturaleza gregaria– sentiremos ansiedad por estar a la altura de nuestro ego seductor, miedo de que se deteriore (perdiéndose así la felicidad que nos otorga) y nos veremos movidos a luchar por reafirmarlo, a través de actos y conquistas, en una eterna esclavitud repleta de intranquilidad y desasosiego, obligados a demostrarnos continuamente a nosotros mismos que seguimos siendo afinados tenorios.
Me gustaría profundizar un poco más en esta idea, a mi modo de ver tan importante para aquel que verdaderamente ha experimentado un cambio con el aprendizaje de estas disciplinas, reavivarla, y plantear una forma para describirla más sencilla y fácil de comprender.
Todos sabemos lo peligrosa que puede resultar la expectativa en sí misma (que no el deseo), tanto para el seductor que se lanza al abordaje de una bonita fémina como para aquel que desea eliminar la desilusión y la negatividad originada en el rechazo al momento presente por nuestro ego impostor.
La clave para garantizar una realidad interna sana, sólida y asertiva podría resumirse fácilmente con el siguiente aforismo: acepta en lugar de esperar.
Bien, pues puedo atreverme a decir con rotundidad que considerarse un seductor es en sí mismo una expectativa.
Veamos:
Soy un seductor porque cautivo a las mujeres y conquisto sus besos (en el argot de la Comunidad, del que poco a poco me voy alejando, obtengo “cierres”), y el hecho de lograr estas conquistas es precisamente lo que me convierte en un seductor.
Evidentemente, si soy un seductor, tengo que seducir mujeres, porque si no consigo adueñarme de sus besos, significará que no soy un seductor.
Si ser un seductor me hace feliz porque implica, por una parte, la realización personal y, por otra, el cálido placer de la supuesta admiración ajena, y en este momento no estoy cautivando a fémina alguna ni gozo de su buena disposición hacia mí, la conclusión es que habré dejado de ser un seductor y, por tanto, habré dejado de ser feliz.
Si además hubo un tiempo en que osé considerarme un gran seductor, regodeándome de este modo en el traicionero y volátil sentimiento de autoadoración, más dura será la caída y la nostalgia cerrará su fría garra sobre mi subconsciente distraído.
Aunque pueda parecernos una trivialidad, lo cierto es que el verbo “ser” puede llegar a resultar francamente tóxico a nivel subliminal. Tener el hábito de pensar en lo que somos (en función de nuestros actos) en lugar de lo que hacemos (más relacionado con el verbo “estar”, que implica un estado y no una condición) nos acarrea continuamente identificaciones, papeles egóticos que nos impiden disfrutar de nuestra realidad aunque, en ocasiones, nos regale jugosos caramelos de exaltación con cada triunfo al que nos hace adictos. Este planteamiento, desde mi punto de vista, es especialmente importante en el caso de los que nos gusta seducir mujeres, puesto que las relaciones con el sexo opuesto están doblemente imbuidas de orgullo y relacionadas con la aceptación de uno mismo a través de la validación ajena, reconozcámoslo.
Si sacamos el proceso mental que asociamos a la identidad del seductor de su contexto psicológico, descubrimos lo absurdo que es dejarnos afectar por ella.
Por ejemplo, supongamos que te gusta la música y por eso aprendes a tocar la guitarra. Lo haces porque te gusta tocar el instrumento y paladear el timbre de cada nota que provocas con tus dedos, no porque pienses que, cuando seas un guitarrista, entonces serás feliz y tu ego estará contento. No, eres feliz tocando la guitarra, eso es todo, no sientes la necesidad de considerarte un guitarrista.
Del mismo modo, te gustan las chicas y por eso las seduces, no tienes porqué considerarte un seductor ni esperar a sentirte realizado siéndolo. Eres feliz ahora en la práctica, no mañana con la conquista de identidad o título alguno, por que dicho objetivo nunca será definitivo.
Desde mi punto de vista, lo más lógico es enfocar todo esto como el aprendizaje y desarrollo de una habilidad, en lugar de tomárnoslo como una transformación reseñada.
Se trata de progresar en el uso recreativo de nuestros talentos cautivadores, no de cargar con la cruz de creer haberse convertido en un seductor.
Sé un tío que arriesga, sé alguien que ha decidido optar por la mejora personal, sé un hombre al que le gustan mucho las chicas o, simplemente, sé, pero no seas un seductor.
En realidad, esta distorsión existe en gran parte porque existe la Comunidad de Seducción que, con frecuencia, lleva implícito un modelo –o varios–.
Cuando Mystery describió al Pick Up Artist, el PUA, dejó de ser un instructor que ilustra a sus alumnos en la práctica del ligue para convertirse en alguien que transforma al tipo medio estandarizado (torpe en sus relaciones con mujeres) en un PUA, un seductor irresistible con un éxito abrumador.
No se trata ahora de debatir o reivindicar si las expectativas son creíbles o no, sino de darnos cuenta del cambio de concepto, inocuo a priori, que se torna peligroso cuando, en lugar de comprender que estamos aprendiendo una disciplina y esta no nos define por sí misma ni nos valida a ojos de nadie –ni a los propios–, nuestros esfuerzos terminan por ir dirigidos a experimentar una metamorfosis.
Ser un PUA era –o es– un galardón diferenciador, una medalla deseable para que un tipo con baja autoestima pueda llegar a descollar y diferenciarse.
Nuestras habilidades forman parte de nosotros, pero somos mucho más y, por tanto, todas son discriminables. El deseo por ser un seductor no debería crearnos inquietud, simplemente porque únicamente podemos ser un seductor ahora mismo; si estás seduciendo, estás siendo un seductor, y cuando estás tocando la guitarra, estás siendo un guitarrista. Eso es todo.
Este es el motivo por el que la realidad con la que afronta un Natural o un autodidacta este ejercicio siempre es más higiénica. Por de pronto, dado que no existe un modelo con el que compararse negativamente, únicamente ve sus propios progresos. Además, como estamos comprobando, al no existir la expectativa de convertirse o ajustarse a esa pauta en concreto, puede saborear y personalizar cada paso que va dando sin que su ego tenga miedo de perder una identidad que jamás se ha forjado.
Olvidémonos del ser o no ser y el posible caché que eso pueda proporcionarnos, en lugar de eso concentrémonos en disfrutar del proceso de seducción y, por supuesto, de las mujeres que verdaderamente nos gusten.
En cualquier caso, todo el mundo debe saber que aquí NADIE HACE NADA EXTRAORDINARIO. Todos, y repito, todos los que practicamos las Artes del Corazón somos tíos normales, porque que un chico ligue con una chica es precisamente lo normal. Es así, los hombres y las mujeres están diseñados para gustarse.
En cualquier caso, lo cierto es que no soy un seductor porque tampoco hago hoy por hoy lo que hace el seductor tipo que todos hemos conceptualizado, el PUA de Mystery que, armado de astucia y una buena colección de enlatados, se hace notar en toda la sala y charla animadamente con todos los grupos de chicas. Aunque es cierto que una vez lo hice, y reconozco que es una práctica muy divertida.
Recuerdo, hace algo más de año y medio, cuando recorría los bares de Huertas –una zona muy frecuentada por Aven, PUAs y toda clase de seductores categorizados aquí en Madrid– observando cuidadosamente a mi alrededor con la esperanza de reconocer a uno de estos portentos. Las proezas que de sus manos había leído en los foros me convertían en un entregado admirador, y creí encontrarme con tres de los moderadores de por aquel entonces en uno de los locales: eran altos, bronceados y terriblemente atractivos. Las expresiones de estos tres adonis reflejaban una seguridad absoluta y una altivez orgullosa, allí, situados en el centro de la pista mientras gozaban de la atención de un grupo de chicas. Recuerdo que uno de ellos lucía una camiseta sin mangas para mostrar un cuerpo extremadamente duro y musculado, mientras que los otros dos vestían con camisa brillante y coloreada bajo una americana de la mejor confección. Su mirada, su forma de moverse… ¡Debían de ser los tipos más alfa del mundo! ¡Tenían que ser ellos! ¡Los PUA!
Pues si, es cierto que lo que leemos en la Comunidad puede confundir al lector, haciéndole creer que algo es más impresionante de lo que realmente es cuando despojamos el material de los colores fabulosos que nuestra subjetividad le otorga. No es así, un seductor es un tipo normal, sin más, aunque valiente y comprometido con su desarrollo –que no es precisamente poco–.
Pese a todo, es preciso reconocer que la Comunidad, para aquel que se inicia, también es una fuente de inspiración, y esto es algo muy positivo si uno es mínimamente competitivo (es cierto que el exceso de competitividad es perjudicial y narcisista, pero en pequeñas dosis desprovistas de enajenación propulsa al individuo y lo espolea en pos del éxito). Gracias a la existencia de la Comunidad algunos comprendimos que todas estas disciplinas que aquí nos ocupan podían ser entrenadas y aprendidas. Podría decirse que la Comunidad es en sí una creencia, una que nos abre puertas y nos enseña a tener fe en nuestras habilidades potenciales; quizás por eso muchos gurús se comportan como profetas. En cierto sentido, lo son.
Desearía señalar también, para que no haya equívocos o pueda malinterpretárseme, que alejarse de la identificación con la etiqueta de “seductor” no está en absoluto reñido con la práctica y el entrenamiento de las actitudes y técnicas que a este se le suponen ¡Todo lo contrario! Muchas veces he subrayado la evidente necesidad de practicar asiduamente como único medio para el desarrollo de estas habilidades, lo que pretendo, es que esto sea percibido precisamente como tal, el entrenamiento de un talento, y no una constante demostración a nosotros mismos –y a cuantos nos rodean– de que somos habilidosos cautivadores y nos ajustamos a los comportamientos esperados en uno de estos tenorios. No nos esclavicemos a esa idea y librémonos así de una carga tan innecesaria y obsesiva.
Es fundamental ser constante y comprometido con nuestra mejora en este ámbito –como en cualquier otro– pero si algo te está angustiando, puedes sentirte completamente libre de darte un respiro y permitirte cobrar algo de perspectiva, la práctica de estas artes debe ser concebida como algo estimulante y divertido, no como una obligación estresante.
No somos ni mejores ni peores por ligar con muchas chicas; esto no se trata de transformarse en alguien de mayor valía o reconocimiento, ni mucho menos ajustarse a un modelo idealizado de seductor. Se trata de disfrutar con la práctica y el aprendizaje de una actividad que nos fascina, eso es todo. La identidad es una trampa, una expectativa y, lo que es más ponzoñoso, una dependencia emocional terriblemente exigente que no nos dejará nunca en paz.
Yo no soy un seductor, sólo soy un tipo que ama a las mujeres...
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