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Era la noche de Halloween y mi cuerpo exhausto suplicaba ser entregado al abrazo del sueño reparador.
Haciendo un esfuerzo por alejar de mi cabeza las narcóticas garras del adormecimiento, me incorporé frente al espejo decidido, pese a todo, a salir de casa para disfrutar de la verbena que aquella noche pretendía augurar. Los músculos de mis piernas, entumecidos y congestionados por el entrenamiento de aquel día, protestaron reclamando cual tirano las horas de letargo que los repararía.
No. Había prometido a Cyberian que iría con él a una sala que me entusiasma, mi templo particular…
Ya allí, observaba aún presa de la lasitud como mi amigo desplegaba su Juego alegre, festivo y risueño por toda la sala, cautivándola con su actitud exaltada, jovial y, al mismo tiempo, peligrosamente dotada por una intencionalidad seductora tan magnética como eficaz.
Mi proceder, no obstante, es otro muy distinto. Resulta curioso porque, minutos antes, ambos habíamos disfrutado de un breve debate con nuestro compañero Bufón a este mismo respecto: Ya no realizo juego de sala, decantándome por aguardar a que ELLA, aquella que llama mi atención entre todas las demás, la que verdaderamente me atraiga, haga aparición. Y así fue…
Se trataba de una pequeña preciosidad de cabellos castaños enfundada en un sencillo vestido rosa generosamente escotado, que mostraba unas llamativas redondeces decoradas con purpurina –como parte de un improvisado disfraz de hada– en atractivo contraste a la delgadez de su delicado cuerpecito. Ella, bailaba animadamente junto a sus amigas y amigos, seis en total, ofreciendo al mundo una preciosa sonrisa que en ningún momento de la noche dejó de brillar.
Espléndido. Aquella muchachita –más adelante comprobaría que era mayor que yo– logró despertar en mí los bríos del Juego, que comenzaron a revolotear en mi estómago espoleándome a la acción como una inyección de entusiasmo bastante instintivo.
Pese a que la fatiga limita enormemente mi acometividad y arresto seductor, el momento que describo es el que más disfruto (debo sentirlo para pensar que una apertura merece la pena), y los gestos alegres y a la vez imbuidos por la prudencia de la timidez que aquella chica mostraba encerraba la promesa de un carácter enternecedor, ¿qué mas cosas guardaría solo para los osados? En cuanto al contoneo enajenador de aquel cuerpo curvilíneo…
En aquel momento, sus dos amigas fueron interceptadas por Cyberian y su compañero mientras cruzaban la pisa de baile, quedándose ella inmóvil e indecisa, momentáneamente fuera de la interacción ¡Qué oportuno!
- “Jajaja, te has quedado paralizada” No recuerdo cual fue el comentario situacional, pero hacía referencia su cómico estado de no saber qué hacer.
Yo observaba a mis compañeros, dispuesto de tal manera que ofrecía únicamente mi hombro en lugar de hablar de frente; las posturas evasivas son muy poderosas y yo las uso a conciencia. Ella respondió divertida, aunque sobresaltada por mi súbita aparición; empezó a describirme cómo sus amigas habían sido repentinamente asaltadas y capturadas por la desenfadada conversación de mi amigo Cyberian y su secuaz… - “¿Sabes? Eres preciosa. Me apetece charlar un rato contigo…” La interrumpí súbitamente girándome hacia ella. Me regaló una sonrisa sorprendida, un tímido gracias y pude observar entonces el magnífico brillo que desprendían sus ojillos. Aunque azorada y asustadiza, ese barniz albergaba un resquicio juguetón. Una combinación más que excitante… Chack, chack, chack, ¿oís el sonido de los engranajes? Comienza el Juego y La Ruega de Henky empieza a girar.
Disfruté enormemente de aquella interacción, dejándome fascinar por esa chica mientras, por otro lado, iba accionando de forma sistemática los distintos recursos cuidadosamente escogidos. A medida que iba pulsando y reorganizando las sutiles hebras que confeccionan lo que yo llamo el Juego de Marcos, jugueteaba con las adictivas virtudes de una tensión sexual cada vez más insostenible deleitándome con cada característica que me permitiera Cualificar de forma completamente genuina.
- “¡Qué astuta! Eres una seductora y me has seducido” Hace apenas unos meses, aquella chica tan encantadora había abandonado una relación de siete años, sintiéndose según decía, torpe e impresionable en cuanto a las relaciones hombre-mujer se refiere.
- “Eres tú, que te dejas seducir” Su respuesta, armada con una cadencia acariciante en esa voz llena de picardía, me encantó. Si, eso es justo lo que hago, dejarme seducir en un proceso de cautivación completamente recíproco (Sedúcete a ti mismo y Déjate Seducir).
No es mi intención describir todo el coloquio (lamento si en algún momento habéis pensado que esto era un reporte de campo).
Aquella seducción estuvo muy lejos de ser fácil y, sin embargo, me permití saborearla casi tanto como los besos de aquella preciosidad, o los delirantes placeres que compartimos esa misma noche, empapados en una sensual vorágine de voluptuosidad salpicada por una extensa colección de parvas resistencias muchísimo más excitantes que desalentadoras.
Una apertura, un cierre… Y un fiuno.
A la mañana siguiente, recibí la llamada de una de mis más bellas REM, una pequeña chica de imagen de cabellos dorados cuya cuidadosa atención por los detalles estéticos y gusto por la ropa descaradamente corta y ajustada la convierte probablemente en una de las chicas más voluptuosas y sugerentes con las que haya tenido el placer de retozar.
Esta, me invitó a merendar en la comodidad de su casa, arropándonos mutuamente en un mullido sofá cama…
Del mismo modo, la tarde del día siguiente la dediqué a una segunda REM, también armada con esos exuberantes reclamos que nos enloquecen, curvas y redondeces, que además cuenta con una personalidad tan tierna y entrañable que logra derretirte.
Ya de regreso a casa el domingo por la noche, demasiado tarde si no estuviera libre de responsabilidades académicas el primer día de la semana que ya despuntaba con su lunes amenazador, tuve la necesidad de pararme a pensar sobre las últimas 72 horas en particular, y sobre la vida que estoy llevando en general.
Si hace algo más de un año me hubieran hablado de mi situación actual, no habría creído la natural indiferencia que muestro hacia este estilo de vida al que parezco haberme acostumbrado. Estoy yaciendo con chicas MUY ATRACTIVAS que me adoran, y cada salida nocturna a buen seguro augura un nuevo cierre.
Me sentí repentinamente embargado por los regalos del ego. Atractivo, deseado, endiosado y tremendamente orgulloso, y entonces la vi, fui testigo de su ponzoñosa presencia… ahí estaba la AUTOADORACIÓN.
Lo que voy a expresar a continuación tiene mucho que ver con la insaciable etiqueta egótica que describí en el artículo La Identidad del Seductor, sin embargo, es una forma muy distinta de expresión del ego, más sutil. Aunque logres evitar ajustarte a un papel y no sientas la necesidad de mantenerlo vivo, de cara a la galería y a ti mismo alimentándolo con los pequeños triunfos que perpetúen su sentido de realidad, eso no impide necesariamente que caigas en un entendimiento de idolatría hacia tu propia persona o, más bien, hacia el ego temporal que se cuelgue las medallas de unos determinados logros como lo son hoy en día acostarse con una mujer atractiva.
Creo que el motivo por el que la autoadoración puede cobrar forma en la mente de un seductor exitoso con relativa facilidad, atisbos de narcisismo mucho más frecuente que en cualquier otra disciplina, nace de la general aceptación social y subliminal de que el valor personal de un hombre se extrapola directamente de su éxito con las mujeres.
Así, si tú tienes éxito y, además, reconocimiento y validación ajena, nace en ti un incipiente sentimiento de autoadoración disfrazado de autoestima, pero con un componente autodestructivo y bastante tiránico a menudo difícil de localizar o desenmascarar.
¿Estoy pecando de paranoico? ¿Es la natural necesidad dramática del ego humano la que me lleva a buscar desajustes donde solo cabe disfrutar? No lo creo.
Sin ir más lejos, hace apenas una semana tuve el placer de coincidir con viejos amigos a los que veo mucho menos de lo que me gustaría. Uno de ellos, se apresuró a contarme orgulloso que se había acostado con una chica animado por la embriaguez, ¿pero cuando fue la última vez? ¿Hace cinco o seis meses?
Otro, nada más llegar decidió narrarme acuciado como había mantenido una interacción con una chica “pibón” –como él la designaba– supongo regodeándose en su propia valentía necesaria para abordarla y, presumo, la destreza para lograr prolongar algo la conversación. Simplemente había hablado con ella, ¡oh proeza!
No les conté que tengo dos novias preciosas, no les hablé de mi fiuno de la semana pasada ni opté por relatarles ninguno de los cierres y aventuras que hubiera cosechado a lo largo de estos últimos meses… Pero confieso que fue una tentación importante.
Los hombres se refieren a sus éxitos con el sexo opuesto a modo de tarjeta de presentación, anécdotas que todos estamos deseando contar porque nos validan, especialmente si somos seductores con un sentimiento de autoadoración cada vez más inflado.
¿Tienes tendencia a hablar de ti mismo? Cuando realizas un cierre, ¿sientes un imperioso deseo de contarlo? ¿De correr a los foros y escribir tu reporte de campo? ¿De que todo el mundo lo sepa?
Esto se corresponde con un comportamiento en cierta medida histriónico del que todos solemos pecar, pero claro, si tengo tanto éxito con mujeres embelesadoras y llamativas, es que debo ser genial y por tanto admirable.
Amigos míos, bajémonos de la parra.
No soy ni mejor ni peor por el hecho de conquistar a una mujer, por muy bonita que esta sea. Sin embargo, es natural que si estoy dedicando mis esfuerzos a crecer y perfeccionarme en el manejo de esta disciplina, las artes de la seducción, sea capaz de progresar y cosechar resultados cada vez mayores. Lógico, puesto que estoy volcando en ello tiempo, esfuerzo y entusiasmo.
Lo que parece diferenciarme de la mayoría de los hombres no es sino que estos desconocen que las habilidades precisas para conquistar a una fémina son entrenables, o no cuentan con el coraje necesario para atreverse a descubrirse a sí mismos como torpes en este ámbito que es taaaaaaaan importante para revindicarnos como tíos socialmente valiosos y aceptados. Pero claro, lanzarse al ruedo a ponernos a prueba y desarrollar nuestros talentos implica sucesivas caídas, poniendo en evidencia la ineptitud del practicante, algo que el orgullo masculino no siempre está dispuesto a aceptar.
Supongo que esto es lo ÚNICO que te hace grandioso –y no es poco–, amigo seductor. Pero si practico y entreno, es lógico que las pericias objeto de mis ensayos experimenten un evidente desarrollo.
Quizás solo los más experimentados, aquellos que le han visto las orejas al lobo de la autoadoración, sean capaces de identificar dicho sentimiento o empatizar con las situaciones que describo.
Por otra parte, muchos de aquellos que se inician en el mundo de la seducción lo hacen en busca precisamente de la autoadoración, a menudo el paso que sigue a la identificación como Artista Venusiano ¿Por qué? Porque lo confundimos con una profunda autoestima, pero mientras que esta última consiste en la aceptación de uno mismo e implica quererse y valorarse con la correspondiente comodidad y seguridad, la autoadoración funciona como un cuchillo de doble filo; cuanto más infles tu propio sentido de narcisismo, más te limitará de cara a correr un riesgo –con la correspondiente posibilidad de decepcionarte a ti mismo– y más validación y atención necesitarás del exterior.
“Tengo que cerrar”, “tengo que ser el centro de atención del grupo”, “tengo que ser reconocido” ¿Os suena a alguno?
Para aquellos que dan sus primeros pasos por estos caminos tan fascinantes y enriquecedores, sabed que el mundo de la seducción os servirá para desarrollar vuestras habilidades sociales y percepciones, ayudaros a desviar la atención hacia el crecimiento personal y valores internos como autoestima, confianza, visión positiva del mundo y todo aquello que llamamos Juego Interno, y, principalmente, os permitirá disfrutar de ELLAS incondicionalmente. Si por el contrario o a pesar de ello lo que buscáis es la adoración y autoadoración que os fue negada en el pasado, os invito a que lo reconsideréis.
Dejarse llevar e incluso perseguir cierto nivel de narcisismo conlleva varios inconvenientes nada deseables. Entre otros se encuentra un implacable sentimiento de importancia y lógica expectativa de ser admirados, concepción de ser únicos –acompañado por la creencia de que solo se puede ser comprendido por gente del mismo nivel–, arrogancia y pretensión que justifica el cotizado trato de favor, fantasías de poder, éxito y genialidad, así como envidia hacia los demás –o la creencia de que se es envidiado– nacida de una gran competitividad.
De hecho, el narcisismo es un trastorno descrito en psicología que afecta al 1% de la población (más frecuente en varones), a menudo acompañado en parte por el trastorno histriónico, que implica incomodidad en aquellas situaciones en que el sujeto no es el centro de atención y un comportamiento provocador o seductor inapropiado (teniendo en cuenta el tema que nos ocupa, es curioso que se utilice esta palabra para describir los signos, ¿verdad?).
¡Por favor que nadie me malinterprete! No quiero decir que todos los que nos adentramos en este mundillo acabemos enloqueciendo, al contrario, abogo por la mejora interna y personal de la mano del desarrollo de nuestras habilidades más técnicas. Es por esto que deseo levantar una pequeña señal de peligro, si comienzan a surgir frustraciones e incomodidades coexistentes a tus éxitos reales, cuidado con los matices de la autoadoración y sus condicionantes.
Además, el hecho de considerarnos un maestro nos aleja de la mejora personal al provocar que nos cerremos al aprendizaje. Si nunca admito o acepto una crítica u observación, puesto que tengo la completa certeza de que lo que hago está siendo realizado con absoluta maestría, me habré estancado y sellado las puertas de mi propio desarrollo. No tiene nada que ver con ser influenciable.
En mi caso, nunca he dejado de ser un aprendiz, y espero no dejar de serlo jamás. Recordádmelo si alguna vez lo olvido.
El fin de semana pasado tuve el placer de regresar nuevamente a esa sala que es para mí un templo personal, puesto que reúne todas las condiciones que busco en un local de ocio nocturno.
No tardó en llamar mi atención una preciosa rubia de corta estatura, ataviada con una sugerente minifalda y una blusa tan escotada que convertía a aquella chica en sinónimo de voluptuosidad. Esta pertenecía a un enorme grupo compuesto por dos chicas más y alrededor de siete hombres, los cuales, se turnaban de manera ininterrumpida para hacer comentarios al oído de la que ya se había convertido en mi objetivo de aquella noche. Daba la sensación de que estuvieran compitiendo los unos con los otros, amparados por esa máscara de “somos amigos” que les otorga seguridad para tantear el terreno sin exponerse. Sin embargo resultaba tan, evidente…
Esperé unos minutos aguardando un lapso en el que ninguno de esos chicos estuviera reclamando la atención de la guapísima rubia, no deseaba interrumpir una conversación y complicar mi propia apertura con la inclusión de un magueo. Quiero que mis abordajes sean lo más cómodo posible para la chica. Pronto, tuve mi oportunidad…
Siguiendo el que es ya mi protocolo habitual, La Rueda de Henky comenzó a girar y la interacción parecía avanzar viento en popa pese a la cantidad de barreras y tests de congruencia que aquella mujer blandía.
Como particularidad, os diré que esta fémina alberga en sí un importante rencor hacia el género masculino en general por motivos que no vienen al caso en absoluto, lo cual me permitió aparecer a sus ojos como un tipo verdaderamente diferente y especial. Sin embargo, entre sus reglas dogmáticas e inquebrantables se encontraba no besar jamás a un hombre la misma noche que lo ha conocido.
Me mostré reacio ante su petición de guardar mi número de teléfono. Frente a esta actitud por mi parte, comenzó a cualificarme de lo lindo enumerando todas mis virtudes y regalándome un jugoso elenco de halagos; en verdad aquella preciosidad tenía muchos deseos de que volviéramos a vernos, únicamente necesitaba pagar su tributo a ese factor fulana tan incómodo para muchas. Cedí y nos despedimos (hacía más de una hora que yo debía haberme marchado).
El lunes recibí su primera llamada, y no respondí al teléfono.
¿Por qué? Pues porque después de haberla conocido intuía en ella una peligrosa predisposición al drama que, como REM, no tardaría en aparecer.
Sin embargo, me sentí bastante liviano al desprenderme de esa extraña sensación que me dice que debo aprovechar el sólido Juego que realicé para acostarme con otra chica de tamaño atractivo, de añadir otro triunfo a mi historia, a esa supuesta identidad de seductor.
Recibí dos llamadas más, pero no contesté ninguna. A menudo hago encomio del interés genuino y condicionado como método de seducción, y esto implica que, cuando una actitud no es del todo de tu agrado, descalifiques a la mujer que la ostenta por muy turgentes y apetecibles que se nos antojen sus curvas; esto es el Arte de la Cualificación, y para que de verdad funcione, debe ser AUTÉNTICO.
No existe nada que nos conmine a reafirmar nuestro sentido de autoadoración, y no hay mejor ejercicio para escapar al anhelo de validación, no de una chica sino del mundo, que descalificar a una mujer francamente atractiva [quizás te sorprenda Mr.Bitches pero, si me lees, quiero que sepas que esto lo he aprendido en gran parte de ti, amigo mío]
Si me dedico a adorar a Henky “el francotirador” debido a su efectividad, el día que abra dos o tres sets seguidos sin obtener un cierre me sentiré verdaderamente frustrado.
Vaya, he vuelto a hacerlo. A veces me pongo a golpear los botones de mi viejo teclado y, cuando quiero darme cuenta, ya he vomitado otra sarta de insensateces.
Gracias a todo aquel que haya leído el artículo entero. A vosotros os diré que la autoadoración y las etiquetas están ahí; recomiendo que os libréis de ellas, son amantes traicioneros.
Un abrazo