El Juego Interno lo es todo.
Autoestima, seguridad, visión positiva del mundo… De este conjunto bien enfocado puede extrapolarse un Marco auténtico capaz de transmitir, a través de una personalidad magnética y carismática, una realidad poderosa artífice de nuestros éxitos. Todo lo demás son detalles.
Creo firmemente que el mundo es reflejo directo de nuestra realidad interna, en el juego de marcos y el abrumador y a menudo desdeñado poder la intención. Así, mi visión de la seducción es muy filosófica y natural, aunque en mi estilo directo de propia configuración a menudo disfruto describiendo aspectos muy técnicos.

Para ser un poco más libre. Para cautivar al mundo y dejarse seducir por él.
Yo no soy un seductor. Sólo soy un tipo que ama a las mujeres…


lunes, 5 de octubre de 2009

¿Cómo se trabaja el Juego Interno? De la creencia a la convicción

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¿CÓMO SE TRABAJA EL JUEGO INTERNO?
DE LA CREENCIA A LA CONVICCIÓN

¿Cómo se trabaja el Juego Interno? Muchas veces he escuchado esta pregunta y, no en pocas ocasiones, dirigida directamente a mí. Lo cierto es que, si bien nadie parece albergar demasiadas dudas acerca de qué significa para él una realidad interna de calidad, sólida, el proceder que nos permite acceder a ella y desarrollarla es algo que muy pocos parecen conocer. Asimismo, existen toneladas de textos y artículos referidos al Juego Interno que recalcan su importancia y beneficios, colecciones de afirmaciones y actitudes emocionales bien redactadas, mientras que las tácticas para alcanzarlo resultan esquivas y a menudo llevan a la desorientación.
A continuación voy a ofreceros mi opinión con respecto a este asunto –una opinión, al fin y al cabo–, ¿de qué manera podemos cultivar el Juego Interior?

El filósofo danés del siglo diecinueve Sören Kierkegaard decía que, más importante que la Verdad (con mayúscula) es “la verdad para mí”, frase que bien podría resumir a grandes rasgos su filosofía individualista.
La verdad es subjetiva. Esto, en contra de lo que alguna vez se ha sugerido, no significa que dé todo lo mismo –tampoco en seducción (hay individuos demasiado radicalizados que han llegado a aseverar que “todo vale si te lo crees”) puesto que tampoco puede negarse que realidad sólo hay una, sobre la que evidentemente puede reflexionarse y teorizar evitando sumergir las Artes del Corazón en un contexto demasiado metafísico– si no que las verdades realmente importantes son las verdades personales. Estas verdades personales se caracterizan por venir impregnadas, en su búsqueda y descubrimiento, por pasión y fervor. Son determinantes para el individuo en su contexto.
Sirva esta reflexión como preámbulo para entender el proceso que a continuación voy a describir: No nos afanemos en perseguir la Verdad –aquello que funciona, que es acertado o correcto, con significación rotunda o absoluta– sino NUESTRA verdad.

Cuando hablaba acerca de El Juego Interior Mis Principios Fundamentales sugerí que todo es cuestión de creencias. No me retractaré ahora, muy al contrario, lo que pretendo a través de esta idea es revelar una actitud práctica que nos permita trabajar a fin de descubrir y moldear esa verdad personal que es sinónimo de Juego Interno en su conjunto.
Reitero, las creencias lo son todo; serán ellas las que determinen nuestra percepción del mundo y, del mismo modo, la respuesta emocional que tengamos, que asimismo volverá a condicionar la percepción formando un círculo de retroalimentación.
Podría decirse entonces que trabajar y mejorar el Juego Interno consiste en descubrir y asimilar nuevas creencias que, por su cualidad enriquecedora, contribuyan a hacernos medrar emocionalmente otorgándonos una actitud regenerada y armónica, libre de conflictos subliminales y negatividad.
Estas nuevas creencias podrán venir a nosotros de muchas maneras, normalmente a modo de revelación –percibida con un elemento que, cargado de concordancia, anula una distorsión que nos hacía sentir mal– a través de la lectura, la conversación, la observación, la reflexión o incluso la propia experiencia. En cualquier caso, serán fácilmente reconocibles por presentarse siempre acompañadas por un efecto motivador que percibiremos claramente. Acceder a ella nos colma de motivación y por tanto nos resultará agradable evocarla –sensación que, estoy seguro, muchos asociaréis a la que os inspira la lectura de vuestro libro de autoayuda favorito–. Sin embargo, muy a nuestro pesar, no basta con descubrir la creencia positiva o enriquecedora; esta encierra jugosos beneficios, pero para acceder a ella será preciso realizar un importante esfuerzo, puesto que nuestra psique siempre se resistirá al cambio de paradigma.
Sócrates decía que todo verdadero conocimiento viene desde dentro. Independientemente de la procedencia de la creencia en cuestión, es preciso hacerla nuestra, transformar una verdad en la verdad personal, hacer que la creencia se convierta en convicción. Para ello será preciso reafirmar el nuevo punto de vista en el mundo real a través de la acción para poder comprobar los beneficios que supone en nuestras vidas actuar en consecuencia a este nuevo pensamiento.
La reflexión es necesaria, pero si nos quedamos aquí JAMÁS desarrollaremos el Juego Interno. La acción es insustituible, y para completar este proceso será menester recurrir siempre al esfuerzo de la voluntad y la osadía. No pierdas el tiempo buscando otros caminos y tratando de encontrar un extraño derrotero emocional, no lo hay.

Seguidamente voy a ilustrar este proceso en que pasamos de la creencia a la convicción con un sencillo ejemplo relativo a este apasionante mundillo que nos une, la seducción, y que con seguridad todos conoceréis, pudiendo así identificaros fácilmente.
El nuevo descubridor de esta fascinante disciplina que son las Artes del Corazón se encuentra sumido en el entusiasmo. Ha leído un interesantísimo manual sobre seducción y, quizás por vez primera, toma verdadera consciencia de una creencia que, entre otras muchas, está implícita en cada frase del libro que ha devorado con avidez, una que cobra especial relevancia por encima de todas las demás en el seductor novel: es posible acceder a una completa desconocida y conseguir algo con ella.
La creencia abre un abanico de posibilidades y sólo pensar en ella resulta tremendamente motivador. No obstante, cuando el hasta entonces entusiasta aspirante a conquistador se encuentra frente a esa chica maravillosa de curvas insoportables y rostro de ensueño, se siente incapaz de pasar a la acción, simplemente no puede, le aterra.
Es verdad que él cree verdaderamente que se puede seducir a una desconocida a la que asaltas en un lugar insospechado –o en un bar de copas nocturno, si lo preferís, amantes de las noches–, no obstante, bullen en su fuero interno otras creencias que, tras largos años de ineptitud en cuanto a mujeres se refiere, han acabado por convertirse en una convicción. Siempre ha creído que no podía, sus amigos lo confirmaban –conformándose con alabar la belleza de aquellas que pasaban por su lado y sintiéndose desdichados por vivir rodeados de aquello que más desean y no poder tocarlo–, la sociedad lo afirmaba –tachando de escandalosa e inoportuna la extroversión– y su propia experiencia terminó por ratificarlo –a fin de cuentas, ¿cuántas de esas extrañas musas, que pasan continuamente frente a sus ojos, habían dejado de ser para él unas desconocidas?­–.
Sin embargo, nuestro seductor neonato no está dispuesto a rendirse. Lee, lee y lee tratando de encontrar esa inspiración euforizante (asociada, como ya he dicho, a una nueva creencia) con la esperanza de que esta le ayude a superar el escollo del miedo. Pero no sirve de nada… Sin acción que corrobore la nueva creencia de que la seducción es posible, acabará por abandonarse irremediablemente a la anciana y poderosa convicción que siempre ha limitado su vida: no se puede.

No obstante, ¿qué ocurre si este nuevo lady’s man decide enfrentarse a todos sus temores paralizantes y se lanza al ruedo armado con la determinación que otorga la irreflexión? Entonces se sorprenderá a sí mismo realizando avances y, con cada paso, lo acompañará una exultante bonanza interior. La nueva creencia, la de que SÍ se puede, se ha convertido en convicción a través del más puro empirismo personal.
Lo cierto es que, para nuestros cerebros, es mucho más importante ofrecernos una realidad convincente que una realidad real, valga la redundancia.
Mientras que el individuo puede albergar varias creencias contradictorias, sus acciones sólo podrán ser gobernadas por una única convicción. Así, podemos descubrir, almacenar y deleitarnos con el aprendizaje de nuevas creencias inspiradoras o esperanzadoras, pero si no las regamos con la acción, permitiendo que su puesta en práctica les otorgue el soplo de la vida –a fin de cuentas, actuar en consecuencia a la creencia en cuestión–, acabarán por marchitarse y desaparecer, o simplemente permanecer en nuestras memorias como conceptos sin ninguna fuerza.
Por tanto, podemos decir que es preciso actuar con coherencia, de acuerdo a la nueva creencia, para que esta se imponga como una convicción. Obviamente, estamos hablando de un gran esfuerzo de voluntad y tesón.

Fijaos en este conocido dibujo que, intuyo, muchos ya habréis visto antes.
Es posible que, al observar la faz de la elegante fémina, pueda pasar desapercibido el caricaturesco saxofonista que la ilustración oculta, o viceversa. No es mi intención analizar el porqué unas personas ven al músico y, otras, el rostro de la mujer, sino hacer notar que únicamente podemos concentrarnos en una de las dos representaciones a la vez: es decir, o estamos viendo a la chica, o al curioso intérprete con su instrumento. No obstante, nadie podría negar que el dibujo alberga ambas representaciones.
Así es como funcionan las creencias y las convicciones. La realidad, la Verdad –con mayúscula, aquella que debemos desistir de perseguir– , puede acoger o ajustarse a dos creencias contradictorias o antagónicas, no obstante, a la hora de llevar a la acción una filosofía únicamente puede expresarse una convicción, la verdad para mí. Aunque en el papel coexistan mujer y saxofonista ­–creencias opuestas– para percibir uno de ellos debemos renuncias al otro.

Por tanto, descubrimos que es preciso sustituir una creencia negativa o limitante por otra –mejorando así nuestro llamado Juego Interno– y actuar de acuerdo a esta última. Se podría decir que la convicción es una costumbre forjada a partir de un punto de vista concreto; cambiar dicho hábito –normalmente una forma de pensar y, por tanto, de sentir (he aquí la clave, por supuesto)– implica grandes dosis de constancia y, por otro lado, una exhibición de valentía, puesto que actuar de acuerdo a nuevos preceptos es adentrarse en lo desconocido y abrazar el cambio, algo que siempre paraliza al ser humano en su fuero interno. Lo cierto es que nos aterra el cambio, aunque estemos convencidos de que este será para mejor (o lo que es lo mismo, aunque alberguemos ya la creencia reveladora).
Es por eso que soy aficionado a los AFORISMOS.
Un aforismo resume, en una frase sencilla, una creencia profunda y enriquecedora. Es por tanto sencillo memorizarlo y se presta fácilmente a que nos lo repitamos interiormente, de manera continuada y reiterativa, para no olvidarnos de ajustar nuestras acciones a este nuevo precepto y, así, discurrir por el sendero del hábito que lleva a la instauración de la convicción. Además, cada vez que pronunciemos mentalmente el aforismo podremos saborear ese sentimiento de motivación que, como nueva creencia inspiradora, lleva asociado para nosotros.

Pongamos otro ejemplo, esta vez más universal, menos centrado en el mundo de las Artes del Corazón.
Hace algunos meses publiqué un artículo titulado Di que sí en esta misma bitácora. El texto, a grandes rasgos, señalaba las bondades que tiene para nosotros una actitud consistente en decantarse siempre por la acción frente a la inacción, la experiencia frente a la inexperiencia. Propuse entonces una sencilla regla de aplicación cotidiana: "cuando dudas entre hacer o no hacer algo en concreto, oblígate siempre a decir que sí".
Si bien esta frase no es un aforismo en el sentido más estricto de la palabra, cumple perfectamente con los objetivos que persigo a la hora de recomendar su uso. Repitiéndose uno a sí mismo dicha frase, prestando una atención consciente en el día a día a este respecto, fácilmente podremos decantarnos por el sí cuando surga la situación en lugar de dejarnos llevar por la costumbre de resistirnos a la novedad y decir que no, entregándonos a la apatía.
Pronto, la creencia de que nuestras vidas se verán enriquecidas por esta premisa –idea rebeladora y estimulante– se convertirá en convicción cuando, tras su aplicación habitual, podamos constatar que, efectivamente, así ha sido. Entonces habremos crecido.

En resumen, podemos sintetizar el método general para trabajar el Juego Interno a través de este esquema:

- Adquisición de la nueva creencia (elemento motivacional)


- Esfuerzo de voluntad y osadía para actuar de acuerdo a nuevos patrones y constatación de los beneficios


- Uso de aforismos a fin de concentrarnos e instaurar una convicción como hábito (enriquecimiento)


El texto no quedaría completo sin mencionar algo que, en sí mismo, implica un gran crecimiento interior: cada vez que vences al miedo estás mejorando tu Juego Interno.
Antes he mencionado que, a todos, nos genera aprensión y desasosiego la perspectiva de lo desconocido, lo cual nos lleva a resistirnos fuertemente al cambio aunque no lo deseemos, como por acción de una especie de sistema inmunitario psicológico. Así –y puesto que mejorar el Juego Interno es sinónimo de cambio– cada vez que implementamos el hábito de sobreponernos al temor, estamos cimentando el camino que nos conduce a la excelencia interior, habiéndonos vuelto más libres. Es por eso que este tipo de acciones (como puede ser la realización de un abordaje en condiciones que no nos sean favorables o a las que no estemos acostumbrados, por recurrir a un ejemplo relacionado con la seducción) siempre conlleva un sentimiento de fervor y euforia. Es nuestro Juego Interno que nos agradece el esfuerzo y se regodea con nuestro triunfo frente a los condicionantes limitadores.
Derrotar en un pulso al temor (sea cual sea su naturaleza) siempre conlleva la mejora del Juego Interior.

Es un hecho que, desde el punto de vista de nuestros cerebros, NUNCA es un buen momento para empezar a hacer algo. Esto, la discusión interna, encuentra su explicación en factores neurofisiológicos en los que estaría de más profundizar en el presente artículo (la activación desfasada de la corteza prefrontal), pero podemos decir sin temor a equivocarnos que jamás sentimos el presente como el momento idóneo para pasar a la acción.
El presente es lo único que existe. Si te dejas vencer por esa discusión interior –que siempre acude puntual a su cita– tus proyectos se quedarán en el papel eternamente y la creencia nunca se tornará en convicción.
Sé que muchos de vosotros leeréis esto y decidiréis comenzar mañana a trabajar vuestro Juego Interno... Ahora, amigo mío; ahora o nunca.

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